Obra de culto: El amor como conversación honesta: redescubrir ‘¿Qué pasó anoche?’ (1986)
El amor como conversación honesta: redescubrir ‘¿Qué pasó anoche?’ (1986)
Entre el ruido de los ochenta —las hombreras narrativas, los neones argumentales, los romances adolescentes de cassette— hay una joya discreta, honesta y profundamente adulta que suele pasarse por alto: ¿Qué pasó anoche? (1986). Y es hora de que salga a la superficie. Porque esta pequeña película, dirigida con aguda sensibilidad por Edward Zwick, no sólo merece un lugar entre las grandes historias románticas de su década, sino que exige con urgencia su ascenso al olimpo del culto.

Basada en la obra teatral Sexual Perversity in Chicago de David Mamet, la película conserva el alma nervuda, veraz y de léxico afilado del dramaturgo. Aquí, el amor no es decorado, es materia prima. No hay fuegos artificiales ni declaraciones bajo la lluvia. Lo que hay es cama deshecha, cafés compartidos, silencios reales, frases imperfectas y discusiones con ritmo de jazz emocional. Es el romance como conversación, como negociación diaria entre dos almas urbanas que intentan construir algo en medio de la rutina, el sexo, los miedos y los espejos de sus propios deseos.

Rob Lowe y Demi Moore están en estado de gracia. Él, aún con el aura de galán ochentero, se entrega a un personaje vulnerable, inseguro, humano. Ella, magnética y emocionalmente precisa, compone una mujer compleja, moderna, con heridas y sueños. Juntos crean una química que no se basa en clichés sino en lo que no se dice, en las miradas, en los gestos pequeños. Y a su alrededor, los secundarios —Jim Belushi y Elizabeth Perkins— no son simples adornos cómicos, sino espejos deformantes de lo que podría ser una pareja si se dejara devorar por el cinismo o la frivolidad.

La dirección de Edward Zwick brilla precisamente porque no pretende brillar. Con una concisión casi quirúrgica, elimina toda grandilocuencia y se aferra a lo emocional como núcleo. Sabe cuándo dejar respirar una escena, cuándo cortar en seco, cuándo sostener el plano para que el dolor o el deseo hablen sin subrayado.
Y luego está la fotografía de Andrew Dintenfass. En los momentos bucólicos, en esos instantes de ternura sin palabras, los encuadres se tornan hermosos sin ser impostados. Chicago se convierte en un tercer personaje: ni postal ni decorado, sino territorio emocional donde el amor sucede, se tambalea, crece y retrocede.

¿Qué pasó anoche? es redonda porque no pretende abarcarlo todo. Es precisa, directa, de una sinceridad poco común incluso para su tiempo. Sus diálogos tienen el ritmo literario de Mamet, sí, pero también la textura de lo vivido. Se habla como se ama: con torpeza, con pasión, con miedo a perder.
Olvidada por la crítica seria, arrinconada por el marketing juvenil de los ochenta, esta película aguarda aún su redescubrimiento. Porque en ella late una verdad íntima, sutil, poderosa. Una pequeña obra maestra del cine romántico que ya no necesita actualizarse para emocionar: basta con verla con el corazón abierto. Y entonces, sí, preguntarse: ¿Qué pasó anoche? La respuesta es simple: pasó el amor, sin maquillaje.
