Ayuso y el alcohol se dan la mano
Sí, presidenta Ayuso, el alcohol es una droga. Y el consumo, un problema que fermenta en la piel de España
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, posa sonriente en una fábrica de cerveza artesanal. Brinda, se diría, por la libertad líquida. Por el derecho inalienable a una “cañita” en la terraza como símbolo patrio, tótem madrileño y bálsamo postpandémico. «Nos gustan las terrazas, la alegría, la cervecilla, el vino», proclamó, entre carcajadas de populismo castizo, como quien canta un chotis mientras le prende fuego a un manual de salud pública.
A modo de dardo disfrazado de fruta, Ayuso despachó a la ministra de Sanidad: “A ella le gustan los porros, a mí la fruta. A cada uno lo suyo”. El estilo Ayuso: un pie en la barra del bar, otro sobre los hechos científicos.
La presidenta, una y otra vez, alza su copa contra la evidencia médica, esa que recuerda —a gritos, desde organismos nacionales e internacionales— que el alcohol es una droga. Y no menor. Que no existe nivel seguro de consumo. Que el riesgo, el daño, la adicción y la muerte se destilan a diario en las estadísticas. Que esta sustancia, celebrada en brindis oficiales y tertulias dominicales, provoca unas 15.500 muertes anuales en España. Que tres de cada cuatro españoles beben. Que uno de cada siete lo hace cada día.
Todo esto lo dice, curiosamente, una web oficial de la Comunidad de Madrid. La misma que, bajo el mando de Ayuso, ha visto duplicarse el número de consumidores diarios de alcohol en apenas dos años. El mismo gobierno que, al hacerse pública la cifra, desvió la atención hacia el cannabis, el tabaco y los peligros del porvenir. Del alcohol, apenas una línea. Como si el enemigo se fumara, pero nunca se bebiera.

Y sin embargo, el alcohol y el tabaco encabezan, según estudios europeos, el podio de sustancias más nocivas para la salud pública. El cannabis —ese demonio aromático que la ministra propone regular con cuentagotas medicinales— aparece muy por detrás, tanto en daño individual como colectivo.
Pero para Ayuso, cuestionar la liturgia de las cañas es pecado de lesa madrileñidad. “Estigmatizan las cañitas”, clama, como si la cerveza fuera una flor nacional, y no una sustancia psicoactiva con consecuencias nefastas. El último Plan Regional contra las Drogas (2024-2027), dependiente de su gobierno, ha eliminado toda mención al alcohol y al tabaco. Ochenta y dos páginas. Setenta y cinco medidas. Cero referencias a las dos drogas más consumidas de España.
El discurso institucional, eso sí, no escatima dramatismo: “Las drogas son la mayor amenaza para la libertad y la prosperidad”, reza solemnemente la web oficial. “Son la causa principal de la marginalidad, la delincuencia, la esquizofrenia, el suicidio”. Pero esa tragedia parece escrita para otros. Para los que fuman, esnifan, se inyectan o disienten. No para los que brindan en terrazas con luz de vermú.
Ayuso ha convertido la “cañita” en escudo, en eslogan, en cruzada. Y bajo esa espuma dorada esconde una política pública que calla ante el problema más evidente. Porque en su imaginario, el alcohol no es una droga: es parte del folklore. Una bandera líquida. Una excusa para no hablar del fondo.
Pero sí, señora presidenta. El alcohol es una droga. Aunque se beba fría. Aunque se sirva con tapa. Aunque la foto salga bonita.