Chongqing: la ciudad colosal que habita en el anonimato
Chongqing: la ciudad colosal que habita en el anonimato
En una época en que las urbes definen no sólo el paisaje, sino también la forma de vida de la humanidad, existe una paradoja monumental que permanece, sin embargo, oculta al imaginario colectivo: la existencia de una ciudad más vasta que Austria, habitada por más de 33 millones de almas, y de la que probablemente jamás hayas oído hablar. Su nombre, envuelto en una niebla de anonimato occidental, es Chongqing, y se alza en el corazón geográfico de China como una de las expresiones más extremas de la modernidad urbana.

Mientras las capitales icónicas del mundo —Tokio, Nueva York, Londres— disputan simbólicamente la supremacía de lo urbano en el imaginario global, Chongqing permanece al margen del foco mediático, a pesar de ostentar simultáneamente dos títulos colosales: la mayor ciudad del planeta por extensión administrativa y una de las más pobladas por concentración demográfica. Con más de 82.000 kilómetros cuadrados, su jurisdicción supera en tamaño a numerosos Estados soberanos, y su complejidad territorial la convierte en un fenómeno urbano casi inclasificable.

Topografía imposible, ciudad tridimensional
Situada en la confluencia de los ríos Yangtsé y Jialing, Chongqing no se expande en la horizontalidad convencional de las metrópolis, sino que asciende y se repliega sobre sí misma como una criatura mitológica, adaptándose a un relieve abrupto de colinas, valles y plataformas que desafían la lógica cartográfica. Sus habitantes se desplazan entre ascensores, túneles, escaleras mecánicas, funiculares y pasarelas suspendidas, componiendo una coreografía urbana que oscila entre la ciencia ficción y el realismo arquitectónico más extremo.

El crítico Oliver Wainwright, del diario The Guardian, describió su experiencia en Chongqing como una fusión entre el universo de Inception y un tablero infinito de “serpientes y escaleras”. En esta ciudad laberíntica, la planta baja puede ser en realidad la azotea de un rascacielos, y un paseo de apenas unas manzanas puede implicar cinco cambios de nivel. Los mapas, en tal contexto, devienen inútiles: Chongqing sólo puede entenderse desde dentro, en movimiento y en vertical.

Más que una anomalía administrativa
A primera vista, se podría suponer que el récord de Chongqing se sustenta en un tecnicismo burocrático, derivado de sus vastas zonas rurales incluidas dentro de su jurisdicción. Sin embargo, más del 70% de su población se concentra en núcleos urbanos densamente edificados, lo que la convierte en una auténtica megalópolis viva, palpitante, abrumadora. No es una ciudad inflada artificialmente sobre el papel, sino un organismo urbano real que respira al ritmo de millones de trayectorias cotidianas.

Y, pese a su fulgurante expansión contemporánea, Chongqing no es un fenómeno surgido de la nada. Su historia se remonta a más de tres milenios, siendo durante siglos un enclave estratégico de comercio fluvial y defensa territorial. Incluso antes de las reformas económicas de finales del siglo XX, ya contaba con una población significativa: más de dos millones en la década de 1960. Desde entonces, su crecimiento ha sido vertiginoso: 6,3 millones en 1979, cerca de 14 millones en 1983 y casi 29 millones en 1997.

El rostro urbanístico de la China moderna
Chongqing encarna de manera ejemplar la apuesta del Estado chino por la urbanización intensiva y la reorganización territorial, pilares de una política de desarrollo que ha transformado en apenas unas décadas el paisaje social y físico del país. La metrópolis es hoy un engranaje esencial dentro del modelo de concentración urbana que China proyecta extender al 70% de su población para el año 2050. No es casualidad que cuatro de las cinco ciudades más pobladas del mundo —en términos administrativos— se hallen actualmente en suelo chino.

Así, Chongqing no es solo una ciudad, sino una declaración de intenciones: símbolo de una modernidad que no imita a Occidente, sino que esculpe sus propias reglas, a escala continental. Se trata de una megalópolis erigida sobre la confluencia de inversión pública masiva, ingeniería desafiante, reordenamiento forzoso del territorio y una lógica de movilidad que prioriza la velocidad, la conectividad y el vértigo.
Un nombre que el mundo aún debe aprender a pronunciar

Chongqing no ocupa titulares, ni es todavía un destino turístico de masas. Pero su mera existencia obliga a repensar los límites de lo urbano, a preguntarse qué significa habitar una ciudad cuando ésta ha dejado de ser una concentración de edificios y se ha convertido en una topografía mental, un organismo arquitectónico de múltiples capas donde el pasado, el presente y el futuro conviven en un perpetuo juego de desequilibrios.
Su anonimato es, quizás, el último lujo que conserva: ser la ciudad más vasta y una de las más densas del mundo, sin la obligación de explicarse a nadie, desplegándose silenciosa pero inexorable al ritmo del siglo XXI.