¿Cómo el CEO de Disney puede ir tan detrás del mundo que dirige?: reflexiones sobre la “sorpresa” de Bob Iger
La reciente admisión de Bob Iger, CEO de Disney, sobre el fracaso estratégico que supuso la saturación de contenidos de Marvel plantea una pregunta incómoda pero urgente: ¿cómo es posible que un alto ejecutivo, con acceso a los mejores estudios de mercado, asesores creativos y datos de audiencia en tiempo real, llegue a la misma conclusión que un espectador común… solo con años de retraso?
Desde hace tiempo, el público general —incluidos mileuristas, estudiantes, cinéfilos ocasionales y fans fatigados— percibía con claridad que Marvel se estaba desangrando lentamente por exceso de exposición. La franquicia, otrora sinónimo de evento cinematográfico, se convirtió en una rutina saturada de series intercambiables y largometrajes episódicos que diluían cualquier sentido de novedad. ¿No era evidente que el torrente de estrenos —impulsado por una lógica de volumen para alimentar Disney+— estaba erosionando el valor simbólico y emocional de la marca?
Que ahora, en 2025, Iger confiese haber “perdido el enfoque” es tan desconcertante como revelador. No por la honestidad, que siempre se agradece, sino porque pone en evidencia la desconexión brutal entre los despachos de las grandes corporaciones y el latido real del público. La inteligencia estratégica no debería medirse por la capacidad de repetir lo que las redes llevan gritando desde 2021, sino por anticiparse a ello. En lugar de prever la fatiga, Iger y su predecesor Bob Chapek apostaron por inflar el catálogo a cualquier precio, ignorando los límites creativos, agotando a los equipos de efectos visuales y reduciendo a Marvel a una cadena de montaje industrial.
Mientras tanto, los trabajadores despedidos, los creativos quemados y los espectadores desilusionados ya cargaban con las consecuencias de esa miopía. Resulta entonces lícito preguntarse: ¿qué clase de méritos acumula un CEO que parece vivir tan ajeno a las señales que la realidad le lanza a diario? ¿Cómo puede un ejecutivo de ese nivel ignorar lo que hasta el más desinformado fan percibe con claridad? Quizá la respuesta esté precisamente en el sistema que lo encumbra: un ecosistema corporativo que premia la rentabilidad inmediata y la expansión agresiva por encima de la sensibilidad artística o el termómetro cultural.
Ahora, Disney anuncia que el futuro será mejor, que la calidad volverá a ser prioridad y que títulos como Thunderbolts lo demostrarán. Ojalá sea cierto. Pero el problema no es solo Marvel, ni siquiera la calidad de sus productos: es la ceguera estructural que lleva a sus líderes a ver la tormenta solo cuando ya ha pasado, y a descubrir el sentido común cuando ya ha sido enterrado bajo una montaña de estrenos olvidables.