Cuando todo es “random”, nada significa nada: el anglicismo más estúpido de la era digital
Cuando todo es “random”, nada significa nada: el anglicismo más estúpido de la era digital
Hay palabras que cruzan océanos con dignidad, otras lo hacen en pateras semánticas. Algunas enriquecen el idioma como viajeros ilustrados; otras, como maleantes lingüísticos, entran en tromba, se emborrachan en TikTok y hacen botellón en nuestras frases sin saber dónde están. Entre estas últimas, ninguna tan absurda, vacía y desafinada como la omnipresente y ya irremediablemente estúpida: random.
No hablamos aquí del inglés en general, que tan útil ha sido para nombrar mundos que el español aún no había imaginado. Hablamos del uso rimbombante y caótico de random en boca de adolescentes, streamers y usuarios zombificados por el algoritmo. Una palabra que antaño tuvo un sentido técnico —algo elegido al azar, sin orden aparente— pero que hoy se ha convertido en el equivalente verbal a una carcajada nerviosa. Todo es random. Una vaca vestida de Spiderman es random. Que tu tostada caiga de canto es random. Que alguien diga “buenos días” en un grupo de WhatsApp a las 4 de la mañana es, oh, super random.
El problema, más que lingüístico, es existencial. Quien dice random, muchas veces, no sabe realmente qué está nombrando. No se refiere al azar verdadero, ni a lo imprevisible del destino, ni al caos estadístico. Lo que quiere decir, pero no articula, es “esto no encaja con mi marco referencial inmediato y por tanto lo etiqueto como cosa graciosa o inexplicable”. En otras palabras: no entiendo nada, así que mejor le pongo una palabra que suene a TikTok.
Y lo más triste es que “random” ni siquiera es gracioso. Es una palabra que pretende parecer ingeniosa, pero que ya ha perdido cualquier filo irónico. Es un disfraz para lo insulso, un comodín para la pereza mental, una forma de fingir que el absurdo tiene profundidad. En realidad, lo que expresa no es sorpresa, sino desconcierto sin interés; no es humor, sino inanidad decorada con risas enlatadas.
Pero lo más grave de todo es cómo este anglicismo ha sustituido posibilidades infinitamente más ricas en nuestra lengua. Antes, algo podía ser disparatado, extravagante, inesperado, grotesco, bizarro, chocante, ilógico, sorprendente, impredecible, paradójico… Pero ¿para qué rebuscar en los tesoros del idioma cuando puedes, con dos sílabas, sonar como un YouTuber acelerado?
En un mundo en que todo es random, la sensibilidad ha muerto. No hay asombro, no hay matiz, no hay voluntad de comprender lo extraño. Solo queda la risa vacía del que ha renunciado a pensar, la verborrea de la generación que cree que nombrar es lo mismo que entender.
Y no es que rechacemos los anglicismos por sistema —bienvenidos sean los que abren puertas—, pero cuando una palabra llega, se instala, se vuelve plaga y además vacía de sentido todo lo que toca, conviene al menos levantar una ceja y preguntarse: ¿qué demonios estamos diciendo cuando decimos “random”?
Quizá lo más random de todo sea eso: que ya ni lo sabemos.