El artificio glorioso: la estética del exceso en Calles de fuego (1984)
‘Calles de Fuego’ (1984) by Lucen | Crítica
Cuando en 1953 contemplamos por vez primera la figura de Marlon Brando en Salvaje, emergía ante nuestros ojos un arquetipo aún innombrado en lengua castellana. No existía término preciso para capturar la esencia de aquel personaje, ni para definir la estética que lo envolvía: chaqueta de cuero ceñida, gorra ladeada, camiseta blanca impoluta, y motocicletas que rugían en un blanco y negro casi mítico. Décadas más tarde, surgiría —con desafortunado estrépito— un vocablo tan vulgar como insuficiente: “molón”. Y, sin embargo, si existe un filme que encarna con plenitud esa difícil categoría, es Calles de fuego, obra que despliega en todo su esplendor el espíritu lúdico, artificioso y enardecido que dicha palabra, pese a su tosquedad, apenas alcanza a rozar.
Walter Hill, forjador de mitologías modernas, ha consagrado buena parte de su filmografía a una persistente reinvención del western —ya sea en clave histórica o en escenarios contemporáneos. Pero entre todos sus experimentos estilísticos, Calles de fuego se erige como su opus visual más desaforado, una pieza donde el género cabalga sobre una estética tan exuberante que se convierte en testamento plástico de la década de los ochenta. Calles empapadas por lluvias que no cesan, neones palpitantes, conciertos incendiarios, punks y rockers en continua fricción, automóviles de líneas agresivas, brillos de laca y brillantina, montajes que se deslizan con cortinillas teatrales, estaciones de metro crepusculares, metralletas que rugen como en un cómic, chaquetas de cuero ceñidas al cuerpo, cuerpos andróginos, cardados imposibles y una iconografía queer latente… Todo ello configura un carnaval visual cercano al delirio, como si un lienzo de Warhol hubiese cobrado vida y se desatara sin freno alguno, convertido en ópera glam de un mundo que jamás existió, salvo en el celuloide.

En cuanto a lo que se nos cuenta estamos en un western «Hawksiano» donde una comunidad de inocentes se ve acosado por una banda de salvajes por lo que deben recurrir a un grupo de héroes pintorescos para ser protegidos y aquí es donde falla el filme, fundamentalmente por la figura del héroe o más bien por el actor elegido. Michael Paré carecía de la fuerza suficiente para representar de forma empática al habitual héroe hawksiano y términba derivando en un destilado de whisky barato de Clint Eastwood y sus hombres sin nombre. Son así los secundarios los que mantienen en pie la función pero no es suficiente para que la película alcanzase el estatus que merecía por el conjunto de su apartado visual. No olvidemos que Hill decide unir la estética de cine negro de los 40s, con looks de los 60s a lo «Salvajes» de Brando en plena estética 80s, como podéis suponer el resultado es puro deleite visual y sonoro. También es cierto que los temas musicales funcionan de maravilla pero falta un tema principal con fuerza suficiente para haber sido un hit de las listas radiofónicas y por tanto, convertirse en un ícono como le ocurrió a la mayoría de los éxitos de vieoclub de aquellos años.

En definitiva estamos ante una obra de obligado visionado, un filme de culto con un tono quizás demasiado serio, en concreto en la figura del protagonista, algo que también ocurrió con ‘Regreso al Futuro’ por lo que decidieron volver a rodarla con un nuevo actor (Michael Fox en vez de Eric Stoltz). Por lo demás ir a verla ya.







