El olivo más antiguo del mundo que vio nacer y caer los imperios de la antigüedad: tiene unos 4000 años y sigue produciendo aceitunas
El olivo inmortal de Creta: cuatro mil años de imperios, viento y aceitunas
En las colinas caldeadas por el sol de la isla de Creta, donde las cigarras cantan himnos antiguos y el mar Egeo respira azul profundo, vive un árbol que no solo ha echado raíces en la tierra, sino también en la historia del mundo. Se trata del olivo monumental de Vouves, un ser vivo que habría visto surgir y caer imperios, templos, mitos y civilizaciones, y que —contra toda lógica y tiempo— aún produce aceitunas cada año.
Con aproximadamente 4.000 años de vida, este olivo no es simplemente viejo: es eterno. No ha sido tallado en piedra, pero su tronco retorcido y hueco parece esculpido por los dioses, por la lluvia, por las guerras y por los siglos. Allí está, en la pequeña localidad de Ano Vouves, en el corazón de Creta, como testigo silencioso del paso del Minotauro, del eco de Cnosos, de la llegada de los romanos y de los sueños de tantas generaciones que han buscado en su sombra un lugar de paz.
Un anciano verde que aún da fruto
Lo que hace aún más extraordinario al olivo de Vouves no es solo su edad, sino su vitalidad. Cada temporada, su copa renace con brotes nuevos y, como si el tiempo no hubiera pasado, sus ramas aún se llenan de aceitunas sanas y perfectamente comestibles. Un árbol que no solo sobrevive, sino que sigue dando.

Un estudio multidisciplinar liderado por el profesor Mihalis Avramakis y publicado en la revista Plants en 2021 se propuso desentrañar su secreto. El problema: el tronco carece de núcleo, como sucede en los olivos longevos, cuya madera central ha sido devorada lentamente por el tiempo. Pero no se rindieron. Con tomografía computarizada, cortes en ramas jóvenes y análisis de tejidos, determinaron no solo su antigüedad estimada, sino también su extraordinario estado de salud.
La forma de un mito
El tronco del olivo, de 4,6 metros de diámetro, parece haber salido de un grabado de Gustave Doré: una masa de curvas, vacíos y cicatrices de siglos. No hay rectitud en su cuerpo: hay danza, hay historia, hay supervivencia. Las podas antiguas, la erosión del viento y la actividad de insectos han contribuido no a su deterioro, sino a su resistencia, demostrando que en el mundo vegetal la transformación es sinónimo de vida.
Un símbolo cultural más allá de lo botánico
Desde 2009, el árbol es el centro del Museo del Olivo de Vouves, y goza de protección institucional. Las aceitunas que produce se prensan en frío y dan un aceite sagrado, no destinado al comercio sino al ritual, a lo simbólico. Ramas de este olivo han sido utilizadas para confeccionar coronas de los Juegos Olímpicos modernos, como si la propia Atenea, diosa del olivo, siguiera susurrando desde sus hojas plateadas.
Más que un fósil viviente, el olivo de Vouves es un testimonio palpitante de la identidad mediterránea, de ese equilibrio entre permanencia y cambio, entre la dureza de la roca y la suavidad del aceite. Su sola existencia nos recuerda que la naturaleza no solo conserva, sino que enseña, inspira y resiste.
Un faro vegetal en tiempos inciertos
En una era marcada por la fragilidad de los ecosistemas, los incendios forestales y la amenaza de enfermedades agrícolas, el ejemplo del olivo de Vouves renueva la esperanza. Su longevidad, su adaptabilidad, su capacidad para regenerarse, ofrecen valiosas pistas a la ciencia sobre cómo conservar y cultivar vida duradera. En su savia fluyen los secretos de la resiliencia.
Así, bajo la luz cretense que aún parece filtrada por Homero, este árbol —que comenzó a crecer cuando ni el alfabeto existía— sigue en pie, brindando aceitunas al mundo y sabiduría al tiempo. Una lección silenciosa, verde y milenaria: que la vida, cuando sabe enraizarse, puede volverse inmortal.