Torre Baró y el 47 en 2025: el barrio de moda que sigue esperando justicia
Torre Baró en 2025
Torre Baró y el 47: el barrio de moda que sigue esperando justicia
Torre Baró, ese rincón olvidado de Barcelona que el cine ha convertido en protagonista, vive días de atención mediática tras el éxito de El 47, la película de Marcel Barrena que narra la lucha vecinal por algo tan básico como un autobús. Pero, a pesar de la fama reciente, las mismas carencias que asolaban el barrio hace décadas permanecen como cicatrices abiertas. Porque, aunque las cámaras han puesto su mirada aquí, los políticos siguen mirando hacia otro lado.
El foco incómodo de la fama
Desde el estreno de El 47, las empinadas calles de Torre Baró se han llenado de visitantes curiosos, cámaras de televisión y periodistas que buscan capturar la esencia del barrio. Los vecinos, con la paciencia moldeada por años de batallas, los reciben con mezcla de orgullo y hartazgo. «¿Por qué estáis echando fotos?» preguntan con la misma desconfianza con la que encaran cada promesa incumplida. Porque, a pesar del «boom» cinematográfico, los problemas son los mismos: transporte deficiente, infraestructuras arcaicas y un abandono institucional que parece casi deliberado. Torre Baró en 2025

La película, con su mirada poética y reivindicativa, ha iluminado las luchas del pasado, pero también ha dejado al descubierto las miserias del presente. Torre Baró, en 2025, sigue siendo un barrio que se siente de segunda, una grieta olvidada en el maquillaje de una Barcelona que presume de modernidad y cosmopolitismo.
El abandono como política no oficial
El desfile mediático ha dejado claro que la película es más real de lo que algunos querrían admitir. El transporte público en Torre Baró es un ejemplo vivo de cómo la dejadez institucional convierte lo cotidiano en una odisea. Mientras los autobuses 181 y 182 circulan con irregularidad, el sistema de buses a demanda es más una broma amarga que una solución: «Si no lo reservas, no aparece. Y si tienes prisa, mejor camina», ironiza una vecina.

La situación roza lo absurdo: ancianos que deben bajar cuestas imposibles con rodillas desgastadas, jóvenes que improvisan transportes nocturnos porque el autobús ya no pasa, y familias que dependen de coches mal aparcados en cualquier rincón porque no hay alternativas reales. Torre Baró no es solo un barrio mal conectado; es un testimonio de cómo la inacción política convierte las necesidades básicas en lujos inalcanzables.
Entre lo heroico y lo trágico
El paisaje urbano de Torre Baró parece congelado en el tiempo. Las interminables escaleras, las viviendas numeradas a mano, los huertos improvisados llenos de muebles viejos y juguetes rotos… todo habla de una comunidad que, a pesar de la adversidad, sigue resistiendo. Los animales merodean como si el barrio fuese un rincón de naturaleza salvaje atrapado en el caos urbano, y el robo de cableado eléctrico —tan frecuente como ignorado— deja a oscuras a quienes ya viven en la sombra del olvido político.
En este contexto, los vecinos se han convertido en héroes anónimos, luchando por cada contenedor, por cada metro de pavimento y por cada rayo de atención. Pero incluso el heroísmo cansa. «Todo lo que tenemos lo hemos conseguido cortando calles, protestando, saliendo a la calle. ¿Hasta cuándo tendremos que seguir así?», se pregunta Gregoria, una vecina que lleva más de medio siglo en el barrio. Torre Baró en 2025

Poética de la dejadez
Torre Baró podría ser una metáfora perfecta de la política española: grandilocuente en discursos, pero raquítica en hechos. Mientras los políticos inauguran proyectos millonarios y posan para las fotos, barrios como este siguen siendo territorios olvidados, donde los ciudadanos deben gestionar sus miserias con ingenio y solidaridad.
El éxito de El 47 ha demostrado que la unión vecinal puede mover montañas, pero también ha puesto en evidencia que la lucha por derechos básicos no debería depender del sacrificio constante de los mismos de siempre. Como dice Gregoria, «aquí todo lo hemos conseguido luchando, pero ya cansa».

El arte como espejo de la realidad
el 47 ha puesto a Torre Baró en el mapa, pero el mapa sigue siendo el mismo. Las sinuosas curvas de sus calles, que los vecinos recorren como si fueran las líneas de su propia vida, son también un recordatorio de la falta de rectitud en la gestión pública. En un país donde las prioridades políticas parecen estar dictadas por intereses ajenos al pueblo, Torre Baró es un recordatorio incómodo: una verdad que nadie quiere mirar de frente.
En última instancia, la historia de este barrio —de ayer, hoy y quizá mañana— no es solo la de una comunidad marginada, sino un reflejo de cómo se mide el progreso en las sociedades modernas. No por rascacielos ni por museos de diseño, sino por la capacidad de garantizar que hasta el último rincón tenga acceso a lo esencial. Y, mientras esto no suceda, Torre Baró seguirá siendo un testimonio vivo de una ironía trágica: un barrio famoso, pero olvidado.