Un espectro rojo en la oscuridad: hallan y filman por primera vez un calamar antártico jamás visto en vida
Un espectro rojo en la oscuridad: hallan y filman por primera vez un calamar antártico jamás visto en vida
En la vasta penumbra del océano Antártico, donde la luz del sol no osa descender y la presión convierte el agua en abismo, la vida aún pulsa con formas que rozan lo imposible. Allí, en los dominios silenciosos de la zona batial —también llamada la “zona de medianoche”— un equipo internacional de científicos ha logrado un hito que parecía reservado al mito o a las entrañas de una novela de Verne: filmar por primera vez a un calamar de sangre roja, una criatura que hasta ahora solo existía en fragmentos, ecos y suposiciones.
A bordo del buque R/V Falkor, y gracias al ojo remoto del ROV SuBastian, los investigadores descendieron hasta los 2.152 metros de profundidad, en la Nochebuena de 2024, y lo impensable ocurrió: entre las tinieblas líquidas emergió la silueta vibrante de un Gonatus antarcticus, flotando con el sigilo y la extrañeza de lo primigenio. El calamar, de unos 90 centímetros de longitud, aparecía bañado en un rojo denso, casi sangrante, como si fuera una herida viviente en el mar antiguo.

La ciencia ante lo inédito
La grabación fue enviada a la bióloga Kat Bolstad, directora del Laboratorio de Ecología y Sistemática de Cefalópodos en la Universidad Tecnológica de Auckland. Su veredicto fue rotundo: “Hasta donde yo sé, ésta es la primera filmación en vivo de este animal en todo el mundo”, declaró a National Geographic, dejando claro que se trataba de un acontecimiento histórico en la exploración abisal.
Y es que, durante más de un siglo, el Gonatus antarcticus ha sido un enigma. Solo se conocía por cadáveres arrastrados en redes o como restos hallados en los estómagos de predadores. Nunca se lo había visto moverse, respirar, existir. Con esta filmación, por fin, la ciencia deja de imaginar y empieza a comprender.
Belleza armada: la anatomía del espectro
La criatura no sólo apareció: se manifestó. En cuanto el ROV encendió sus luces, el calamar respondió con una nube de tinta verdosa, un gesto defensivo de un lirismo feroz. Sus tentáculos principales, dotados de grandes ganchos, revelaban una arquitectura de caza diseñada para el sigilo y la sorpresa. “Estos ganchos probablemente sirven para sujetar y dominar a sus presas en un entorno donde alimentarse es cuestión de segundos y sombras”, explicó el ecólogo Alex Hayward, de la Universidad de Exeter.
La observación, aunque breve, fue suficiente para registrar detalles fundamentales: su modo de desplazarse, su respuesta al estímulo lumínico, su tonalidad, sus proporciones, y ese color rojo tan característico, que en la oscuridad marina actúa como camuflaje absoluto —pues a esas profundidades, el rojo se desvanece y se vuelve invisible.

La noche aún guarda secretos
Este encuentro no sólo pone rostro a una especie largamente elusiva, sino que recuerda algo más vasto: que la Tierra, en sus profundidades, aún respira misterio. Que el océano, pese a satélites, algoritmos y mapas, sigue siendo un territorio poético, inexplorado, vulnerable y brutal.
Cada centímetro filmado del calamar antártico no es solo una imagen: es una súplica por seguir mirando donde no vemos, por seguir escuchando donde reina el silencio. Porque en las entrañas del planeta —allí donde las criaturas aún se ocultan en sus colores imposibles— hay historias que esperan, pacientemente, a que las descubramos.