El coche más fiel del cine: las aventuras del Delta 88 en la filmografía de Sam Raimi
Cuando pensamos en los amores más duraderos del cine, solemos acudir a parejas míticas como Bogart y Bergman o a dúos inseparables como Leone y Morricone. Pero hay pasiones más discretas, más terrosas, y no por ello menos intensas. La que Sam Raimi profesa por su viejo Oldsmobile Delta 88 de 1973 es una de ellas. Un romance mecánico que se ha colado con obstinada ternura en cada rincón de su filmografía. El Delta 88 es mucho más que un coche: es un fetiche, una reliquia, un tótem rodante que ha viajado del infierno medieval al multiverso marvelita, siempre fiel a su dueño, como un caballo leal a un brujo.
Aunque muchos asocian el universo Raimi con la mueca perenne de Bruce Campbell —actor talismán, bufón y héroe—, lo cierto es que el Delta 88 le disputa el trono en el corazón del director. No hay película en la que no intente, aunque sea de soslayo, rendir homenaje a esta bestia oxidada de Detroit.

Posesión infernal (1981) y la saga Evil Dead
Todo comenzó en la cabaña, entre sangre, troncos y demonios: el Delta 88 fue el coche de Ash Williams y su entrada triunfal en el cine de culto. Aparece desde el primer plano y, como un compañero de aventuras, lo acompaña hasta el desvarío medieval de El ejército de las tinieblas. Ni la magia negra ni los viajes en el tiempo pueden separarlos.
Incluso en el remake de Evil Dead (2013), dirigido por Fede Álvarez pero producido por Raimi, el coche reaparece, como si no pudiera evitar regresar al epicentro de los horrores.
En la serie Ash vs. Evil Dead, la alianza mística entre máquina, hombre y demonio se completa. El Delta y Bruce Campbell, una vez más, ruedan juntos hacia la perdición.

Crimewave (1985)
En esta extraña comedia criminal, Raimi vuelve a incluir su amuleto motorizado. Durante una persecución final, el Delta 88 hace acto de presencia y casi es destrozado en el rodaje. Fue el propio Campbell quien, en su rol de asistente de dirección, lo puso en peligro al querer usarlo para acrobacias. Raimi, claro, se opuso. El coche no es utilería: es familia.
Darkman (1990)
El superhéroe doliente interpretado por Liam Neeson cuelga de un helicóptero que sobrevuela, sí, un Delta 88. En su interior, según Campbell, estaban los hermanos Coen, quienes colaboraron en el guion de Crimewave. El coche, como siempre, no actúa: presencia.
Un plan sencillo (1998)
Aquí el Delta 88 no busca protagonismo, pero aparece en la secuencia de apertura. Fugaz, discreto, casi como una sombra. Pero ahí está. Testigo silencioso de una tragedia americana narrada entre la nieve y la avaricia.
Premonición (2000)
En este inquietante drama sobrenatural, el Delta 88 se convierte en el corcel fiel de Cate Blanchett. Su personaje, Annie, se desplaza en él hacia las visiones que la atormentan. Esta vez no hay demonios visibles, pero el viejo coche conoce el camino entre los vivos y los muertos.

Trilogía de Spider-Man (2002-2007)
Sam Raimi llevó al Delta 88 al corazón mismo del cine de superhéroes. En la primera entrega, es el coche donde Ben Parker es asesinado. En la segunda, aparece frente a la casa de tía May. Y en la tercera, reaparece en un flashback. Una suerte de tumba rodante, vehículo del destino. Con él, Peter Parker aprendió que un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Arrástrame al infierno (2009)
Raimi regresa al terror puro. La señora Ganush, símbolo de maldiciones y escupitajos, posee un Delta 88 que nos devuelve al origen. Un coche aparcado frente a la miseria, la venganza y la fatalidad. Como un cameo de los dioses oscuros de su juventud.
Doctor Strange en el multiverso de la locura (2022)
Ya no hay fronteras: el Delta 88 vuela, literalmente, en medio del caos cósmico. En este delirio visual, Raimi volvió a dejar su marca. El coche no tiene peso narrativo, pero se lo ve surcando el firmamento de realidades alternativas. Ni Marvel pudo evitar su presencia.

Epílogo: un coche como firma
El Delta 88 de Sam Raimi no es un simple capricho. Es su firma, su cicatriz, su ADN cinematográfico. Aparece incluso cuando parece que no está, como un eco de lo que fue su primer impulso artístico: hacer cine con amigos, con humor, con terrores caseros y con mucha, muchísima pasión.
Así que la próxima vez que veas una película dirigida —o simplemente producida— por Sam Raimi, olvídate por un momento de los demonios, los portales o los cameos de Campbell. Afina la vista. En algún rincón, esperando, oxidado pero digno, estará el Delta 88. Porque en el fondo, todo lo que rueda… vuelve.