Florence Puig y su «salto» desde el segundo edificio mas alto del mundo para Thunderbolts

Desde hace décadas, los relatos sobre rodajes espectaculares y proezas físicas realizadas por actores y actrices se han convertido en parte integral del aparato promocional de Hollywood. Sin embargo, conviene recordar que no todo lo que se dice sobre estos episodios responde a la estricta verdad; muchas veces, estas historias se inscriben más en el terreno del mito cuidadosamente orquestado que en la documentación fidedigna de lo ocurrido.

En los últimos días, se ha propagado una de estas narrativas en torno al rodaje de Thunderbolts —el nuevo capítulo del universo Marvel—, cuyo foco se centra en la actriz Florence Pugh y su supuesta hazaña: haber saltado desde el segundo edificio más alto del mundo, el Merdeka 118 de Kuala Lumpur, una estructura que se eleva a 627 metros sobre el nivel del suelo.

Pugh, quien encarna a Yelena Belova, ha declarado en entrevistas que su afición por las alturas fue determinante para que insistiera en ejecutar ella misma una de las escenas más vertiginosas del filme. Asegura haber presionado insistentemente a Marvel Studios, incluso escribiendo personalmente a su presidente, Kevin Feige, para obtener la autorización. “Lo tengo todo en los emails”, afirma la intérprete con un aire entre travieso y heroico.

La actriz sostiene que, tras una persistente campaña, se le permitió lanzarse al vacío desde el citado rascacielos. Describe la experiencia como un ejercicio de dominio mental, un reto de tal magnitud que, una vez concluido, la llevó a un estado de colapso físico: “mi cerebro se apagó”, dijo, antes de entregarse a un reparador sueño de tres horas.

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Este tipo de relatos, aunque fascinantes, merecen ser leídos con cierta distancia crítica. No son pocos los especialistas que subrayan la imposibilidad logística y legal de permitir a una estrella de la envergadura de Pugh ejecutar una acción semejante sin la intervención de dobles, medidas de seguridad extremas o, más comúnmente, efectos digitales. Hollywood ha aprendido a capitalizar el aura de lo “real” como un dispositivo publicitario, explotando la figura del actor intrépido para insuflar de autenticidad una industria eminentemente artificial.

Y es que el mito del intérprete que desafía la muerte —desde Tom Cruise escalando el Burj Khalifa hasta ahora Pugh enfrentando el vacío malasio— cumple una función narrativa dentro del engranaje promocional: proyectar una imagen de compromiso físico, de entrega absoluta al personaje, que alimente la épica industrial de cada nueva superproducción. Pero, como suele suceder en el cine, la frontera entre lo vivido y lo simulado es más porosa de lo que aparenta.

thunderbolts, que reúne a un grupo de figuras desclasadas del universo Marvel —entre ellos el Soldado de Invierno, el U.S. Agent y la inquietante Valentina Allegra de Fontaine—, se presenta como una suerte de reverso oscuro de los vengadores. En ese contexto, las gestas como la de Pugh no sólo buscan aumentar la expectación del público, sino también reforzar simbólicamente el carácter marginal, extremo y desgarrado de sus personajes.

Cabe entonces preguntarse: ¿saltó realmente Florence Pugh desde esa altura, o estamos, una vez más, ante un brillante salto narrativo hacia la seducción publicitaria? Como espectadores, tal vez nunca lo sabremos. Pero si algo nos ha enseñado el cine es que la verdad, muchas veces, no es más que una elaborada ilusión.

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