¿Quién nos gobierna? Gorilas en traje, Mesías enloquecidos y el aquelarre global del poder
El presidente de Argentina, Javier Milei, reunió hace unos días en un exclusivo hotel de la ciudad de Córdoba a cerca de 2.500 personas en una especie de aquelarre ultraliberal. El evento se llamó Derecha Fest y su lema era toda una declaración de intenciones: «El evento más antizurdo del mundo».
Ayer, el Presidente Javier Milei más duro que ensalada de escombros ingresando al evento "Derecha Fest". Evento libertario donde el mandatario Argentino se celebra así mismo junto a un grupo de chiflados que le aplauden todos sus delirios. 🤦 pic.twitter.com/lkXRsxRkO8
— Carlos. (@PaisEsponja) July 24, 2025
Hay momentos en la historia donde los rostros del poder ya no inspiran respeto ni temor, sino un sudor frío de vergüenza ajena. Como un desfile grotesco en una ópera bufa, los líderes que hoy dan forma al mundo parecen salidos de un casting de villanos de opereta o de un delirio colectivo inspirado en memes y reality shows. El reciente espectáculo de Javier Milei en el Madrid Economic Forum —donde apareció sacudido por una energía entre mesiánica y zoológica, gritando «Yo soy el rey» mientras se golpeaba el pecho como un gorila en celo— no es solo una anécdota viral. Es el síntoma.
El síntoma de una era que ya no separa lo político de lo performativo, lo racional de lo fanático, el liderazgo del narcisismo. Milei no está solo. Le acompañan en esta procesión macabra figuras como Donald Trump, que convirtió la presidencia de EE. UU. en un plató de televisión basura; Vladímir Putin, eterno actor de guerra y testosterona; Benjamin Netanyahu, equilibrista entre las ruinas del poder y la obstinación ideológica; o Nayib Bukele, gamer-autócrata del nuevo siglo. Y así podríamos seguir. El mundo, parece, se nos ha llenado de personajes que se comportan como si vivieran dentro de su propio videojuego de poder, sin consecuencias reales… excepto para los pueblos que gobiernan.
Milei, ese rockstar de la derecha libertaria, ha elevado el culto a la personalidad a niveles de trinchera estética. Ya no hay ideología, hay un grito. Ya no hay política, hay un ritmo. El suyo, claro. En ese «Derecha Fest», como lo han bautizado sin rubor, se vivió un aquelarre moderno donde el mercado es dios y el Estado, un demonio a exorcizar. Nada nuevo, pero sí más ruidoso, más frenético, más carnavalesco. El culto ya no es solo ideológico, es místico. Y en ese trance colectivo, el que se atreva a pensar es sospechoso de herejía.
Lo más inquietante no es que estos líderes se comporten como bufones endiosados, sino que millones los vitoreen por ello. Que se aplauda la irracionalidad, la impostura, el grito, la desinformación, la sobreactuación, el desprecio a los matices, la eliminación del adversario como interlocutor válido. Porque el problema no son solo ellos: es la necesidad que el sistema —y las sociedades rotas por la desigualdad, el miedo y el desencanto— tiene de ellos.
¿Qué nos dice de nosotros mismos el hecho de que Milei, Putin, Trump o Netanyahu se conviertan en símbolos de salvación para tantos? ¿Qué espejos rotos estamos usando para ver el futuro? Si la política global se ha convertido en un escenario de líderes-predicadores, quizás sea hora de preguntarnos por qué preferimos ser audiencia de un delirio colectivo antes que ciudadanos responsables de nuestro destino.
Porque no es una cuestión de ideología, sino de cordura. Y si el mundo se convierte en una pista de circo donde los leones aplauden al domador, y no al revés, quizá ya no estemos en el siglo XXI… sino en una distopía escrita a cuatro manos por Orwell y los guionistas de Jackass.
La pregunta ya no es quién manda.
La pregunta es ¿cómo demonios llegamos hasta aquí?